Las rabietas también hay que respetarlas

Noticia publicada el 28-08-2017

“Cada vez que vamos al centro comercial me la monta”, “se tira al suelo y hasta que no le doy lo que quiere, o dos tortas, no para”...


Todos los que tenemos niñas y niños hemos sufrido las tan temidas rabietas… el niño no atiende a razones mientras tú vas acumulando nervios, empeñándote en que te haga caso y justo consigues lo contrario. Se tira al suelo, grita, llora sin consuelo, y las miradas de todos apuntan a tu nuca mientras deseas desaparecer… “el niño te retó y te ganó” -dicen los entendidos en crianza. Pero... ¿qué ocurriría si entendiéramos la naturaleza y la función de las rabietas?

Me llama la atención toda la información que hay en torno a la crianza, nos cuentan las fases y tiempos de las cosas que el niño debe ir haciendo... no nos extraña que un bebé de 6 meses no camine o no hable, “aún no toca”, y sabemos que las rabietas “tocan” sobre los 2 años. Sin embargo, no sabemos quién es el responsable de que “toque”. Conocemos muy poco acerca del cerebro, si tuviéramos unas nociones básicas acerca de su funcionamiento comprenderíamos mejor y resultaría más fácil respetar los tiempos de desarrollo del niño.

Cuando las temidas rabietas comienzan a aparecer entramos en pánico pensando que es el preludio de cómo se comportará para siempre y por ello se dan consejos del tipo: “páralo ahora que más tarde no podrás”, “no permitas eso, tú eres la que manda”, “ignórale, no puede salirse con la suya” y un sinfín de bienintencionados consejos que mucho distan de acompañar al niño en uno de los procesos de madurez emocional más importantes. La rabieta es la manifestación emocional de la inmadurez del sistema nervioso del niño.

Dan J. Siegel y Tina Payne Bryson en su libro “El cerebro del niño” (lectura que recomiendo encarecidamente) nos explican de forma clara y sencilla los tipos de rabietas que hay y cómo acompañarlas de manera que los retos se conviertan en oportunidades para ayudar a madurar al sistema nervioso. Las dividen en dos tipos:

Conscientes o de cerebro superior: el niño las inicia conscientemente y, algo importante, sería capaz de pararla en el momento que quisiera si consigue lo que pretende o si valora que las consecuencias de esa conducta no le van a compensar. No pierde el control, aunque lo parezca, por el contrario, es consciente de lo que sucede. Importante tener en cuenta que los niños menores de 3 años no son capaces de tener este tipo de pataletas pues las estructuras cerebrales implicadas en ellas (corteza cerebral, la parte del cerebro que nos permite pensar en consecuencias, planificar, empatizar, organizar…) aún no están lo suficientemente maduras para que puedan tener lugar. En este tipo de rabietas el niño es consciente de que con su conducta puede “manipular” al otro para conseguir su propósito. Es un comportamiento que el niño decide tener.

La manera de gestionar este tipo de pataletas puede acercarse más a lo que comúnmente entendemos por manejo de las rabietas. Siendo firmes y constantes se irán espaciando y finalmente el niño comprenderá que esa no es la forma de pedir las cosas y que su comportamiento no sirve para nada. No debemos ignorarlas sino explicar de manera clara que así no se hacen las cosas a la vez que le ofrecemos un modelo válido de cómo podrían hacerse. No hay que olvidar que aunque el niño pueda hacer la rabieta de forma consciente, quizá todavía no entienda las consecuencias que esa conducta pueda tener en el otro. Aún está en el proceso del autocontrol y de la gestión de sus emociones, por lo que debemos actuar firmes pero con cariño.

Del cerebro inferior: desde el nacimiento se han creado fuertes vínculos de apego entre el niño y las figuras importantes de referencia, por lo general la mamá y el papá. Este apego es necesario pues, entre otras muchas cosas, garantiza al recién llegado la supervivencia, ya que asegura la provisión de todo aquello que necesita para desarrollarse.

Sobre los dos años de vida, el niño comienza a desarrollar la propia identidad, el yo diferenciado del otro. Empieza a darse cuenta de que mamá y papá son personas distintas a él. Comienza una etapa de autoafirmación, y justamente, la afirmación del “yo” pasa por negar todo lo que los otros proponen. El niño no nos reta, sus negativas son la forma de afirmar su “yo” emergente. Lo que sucede es que cuenta con unas herramientas rudimentarias para enfrentarse a esta nueva situación, algunos todavía no han empezado ni a hablar, lo cual produce aún más frustración. Imaginemos que queremos comunicar nuestros deseos en un país donde no dominamos el idioma… lo que sucede es que no hay maduración suficiente de las estructuras cerebrales por lo que el niño estalla emocionalmente por todo. Los niños pequeños se guían por el cerebro primario (tronco cerebral y sistema límbico, partes del cerebro encargadas de garantizar aspectos básicos como regular hambre, sueño, emociones…). A medida que crece lo hará también la corteza superior y con ella la capacidad para comprender las situaciones, hablar y calibrar las consecuencias de sus actos.

Una vez ha estallado, un niño tan pequeño es incapaz de parar hasta haber descargado toda la “tormenta emocional” que le desbordó. Todos hemos probado a darle lo que quería y sigue con la pataleta… el niño no puede parar. En este tipo de rabietas quien dirige la acción es la amígdala, una estructura cerebral que corta el acceso al cerebro superior en determinadas situaciones para poder tomar decisiones rápidas sin que medie la consciencia. Es la que hace actuar por impulso, sin pensar, cuando nos sentimos amenazados.

Entonces  ¿qué hacemos con las rabietas de los niños?

Es imposible evitarlas y, de hecho, su aparición es necesaria y nos indica que el sistema nervioso está en proceso de maduración. Por ello, es importante que quien acompaña al niño las entienda para poder facilitar un proceso de suma importancia para la maduración del cerebro infantil.
Lo primero que debemos tener claro es que son necesarias y mediante su adecuado acompañamiento estamos dando el modelo para que el niño aprenda a gestionar sus propias emociones.

 

Para acompañarlas de manera respetuosa…

• Debemos permanecer junto al niño cuando se desencadene. Lo está pasando mal, no tiene los recursos necesarios para poder solucionar el conflicto, por lo que hemos de ser nosotros quienes le demos el modelo para hacerlo.

• Hemos de empatizar con su sentimiento. Reconocer lo que hay detrás de la pataleta. De esta manera el niño sabrá que lo que le pasa es importante para nosotros.

• Podemos disminuir el número de pataletas por medio de la anticipación. Muchas podrían evitarse si tuviéramos en cuenta las situaciones en las que con mayor probabilidad se desencadenan.

Redirigir su atención. Si una vez se desencadena la pataleta somos capaces de “distraer” la atención del niño hacia otra cosa podremos disminuir la duración.

• Sería adecuado disminuir el uso del “no”, en su lugar podemos ofrecer alternativas, dar a elegir entre dos o tres opciones sería suficiente, más opciones no sólo dificultaría la elección sino que además podría crear nueva situaciones de rabieta si el niño propone una opción no aceptada por el adulto.

• Sobre todo no perder el control. Nosotros somos adultos y se supone que sí contamos con las herramientas y recursos necesarios para hacernos con la situación. Recuerda: eres su modelo.

• Dejemos de ver la crianza como una lucha con ganadores y perdedores. Desde ese punto de vista todos pierden. Si la vemos como una oportunidad para crecer nos daremos cuenta de que en muchas ocasiones se puede ceder y evitar así muchas de las rabietas. Nos sorprenderíamos de las peleas absurdas por cosas tan insignificantes como la elección de una camiseta...

• Y cuando no podemos o no queremos ceder hemos de ser firmes y afectuosos.

Nunca usar el chantaje emocional con los niños. Hemos de prestar atención a las cosas que decimos tipo: “cuando venga tu padre…”, “mamá se pone triste si tu no haces la tarea”, “deja de llorar que pareces un bebé”…

No sermonear, no sirve para nada. Una vez pase la pataleta podemos hablar y explicarle de manera corta y sencilla lo que queramos decirle.

• Cuida el lenguaje verbal y el no verbal. Lo que decimos es importante pero también cómo lo decimos. Agacharnos para ponernos a su altura, haciendo coincidir nuestros ojos, relajar el cuerpo y usar un tono de voz amable facilita la comunicación.

 

¿Vería usted la mala conducta diferente si la tomara como
“conducta por falta de motivación”, “conducta por falta de habilidades”

o “conducta adecuada a la edad”?
La mayoría del tiempo los niños están actuando de acuerdo a su edad
no portándose mal.

Jane Nelsen

 

Sus cerebros están en formación y por eso son cambiantes, por lo que para poder conocer a nuestros hijos e hijas hemos de conocer las necesidades emocionales y los estados mentales de cada etapa por la que pasan. De esta manera, entendiendo cómo madura y funciona su cerebro, podremos elegir de forma más consciente, cómo le enseñamos, cómo le respondemos y porqué elegimos hacerlo de la manera en la que lo hacemos.•

Lucía Lorenzo Quintero
Psicóloga, experta en Desarrollo Infantil
Máster en Neuropsicología y Educación
Educadora certificada en Disciplina Positiva
Directora de Crecer en Salud Brain Centers
www.crecerensalud.com

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