Entrenamiento para la vida

Noticia publicada el 05-10-2016

“Su autoestima dependerá de la calidad de las relaciones que existan
entre el niño y aquellos que desempeñen papeles importantes en su vida”

Stanley Coopersinith

 

Soy mamá de dos, un niño de 7 años y una niña de 4. Como toda madre, quiero lo mejor para ellos, los quiero seguros de sí mismos, resolutivos, asertivos, expresivos, felices... Instintivamente me he ido acercando a corrientes de crianza y educación más respetuosas y “autoritativas” que, la que podríamos llamar “tradicional”, la que nuestros padres nos dieron a la mayoría de nosotros. Pero más de una vez y más de dos también, me encuentro diciendo y haciendo cosas que no aprobaría en mis momentos de conciencia y reflexión. A menudo se me escapan los “porque lo digo yo”, “qué pesados son”, “si no haces esto, no hacemos aquello”, “te vas a tu habitación, castigado”...

Lo que voy a contar sucedió un día de esos. Yo estaba agobiada por algo tan importante que ahora mismo no recuerdo ni qué era, con mil cosas en la cabeza y dos mil cosas por hacer. La peque se me acerca llorosa pidiendo una tirita para su dedo. En el dedo no tenía nada, había tenido un pequeño pinchazo días atrás, pero ya estaba curado. Claramente, lo que quería era una tirita con dibujitos. Sin hacerle mucho caso, dejé de mala gana lo que estaba haciendo y le di la primer tirita que encontré, que no tenía dibujitos. Su llanto se mezcló con gritos exigiendo otra tirita, esa no. Respiré hondo y, calma y firme le dije “Si necesitas una tirita, ahí tienes una, otra no hay”. Su hermano mayor, tomando mi frase literalmente, se acerca y me dice: “mamá, sí hay otras, y yo sé donde están ¿puedo dársela?”.

La actitud de mi hijo me hizo frenar en seco, sentí un nudo en el estómago... ¿por qué no pude yo darle la otra tirita? ¿por qué me empecino en tener razón, en ser la “vencedora de la contienda”?
Mi hija consiguió su tirita, que muy amablemente le buscó su hermano, pero siguió gimoteando, por su corazón y orgullo herido, porque no logró captar la atención que necesitaba de su madre, supongo (lo que verdaderamente quería y necesitaba).

Viene a mí nuevamente el mayor y me pregunta: “Mamá, puedo hacerle lo que me hace Ramón a mí” (Ramón es su entrenador de baloncesto). ¡Aquí me saltó la alarma! “lo que me hace Ramón”, ¡¿Qué te hace?! Me contuve intentando no manifestar mi desesperada curiosidad y le pregunté qué le hacía Ramón.
- Cuando me caigo jugando y me hago daño en las rodillas me dice que me tranquilice respirando y contando uno, dos, tres y piense en algo bonito para distraerme ¡Y así se me pasa!- me explicó con la seriedad de un catedrático.

Se me cayó una lágrima. Me emocioné imaginando a aquel hombre de temple firme, facciones serias y tamaño imponente hablándole con ternura a un niño que no le llega ni a la cintura. Atendiendo su queja, empatizando con su dolor, dándole herramientas para sobrellevarlo, enseñándole a calmarse.

Ese día, mi hijo y Ramón me dieron una lección. Y decidí compartir esta vivencia en agradecimiento a ese entrenador de baloncesto al que le importa más que los niños jueguen y formen equipo en vez de pensar en competir y ganar, que no suelta el típico “¡eso no es nada, hombre!” cuando un niño se cae, a ese “entrenador para la vida” que da consejos que les serán útiles a lo largo del camino. Agradezco que en el entorno de mis hijos haya personas que actúen acorde con mi modo de pensar y de criar, que cuando mis convicciones flaqueen por las inclemencias de la actualidad, estén ahí reforzando las lecciones que deseo que aprendan, los ejemplos que quiero que sigan. Para que cuando tenga uno de “esos días” mi hijo de 7 años pueda darme buen ejemplo de lo que hay que hacer cuando una persona te necesita (y más aun cuando esa persona tiene 4 años y es tu hija).

Y hago extensivo el reconocimiento a todas las personas que trabajan con menores y lo hacen con vocación, respeto y amor. Cómo madre, me interesa que los eduquen y que aprendan, pero sobre todo lo que más me importa es que sientan que son personas válidas y valiosas. Si son capaces de transmitirles esto, lo demás viene solo.•

Ivana Kaminsky Suárez
Mamá “aprendiza”

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