Ya sé por qué muchas parejas se separan al tener hijos

Noticia publicada el 06-08-2018

¿Recuerdas esa frase de las bodas que dice “Hasta que la muerte os separe”? Pues bien, cada vez se cumple menos. Y ya no solo porque cada vez menos parejas pasan por el altar, sino también porque en la actualidad tenemos todos más claro que, en muchos casos, es mejor para todos romper la relación que seguir adelante con problemas enquistados.

Esto sucede en muchos casos cuando llegan los peques, cuando se tienen hijos, y es algo que siempre me había suscitado curiosidad porque, ¿cómo puede ser que inicies un proyecto de vida en pareja, que decidáis los dos ampliar la familia, y que cuando llegan los niños, la pareja se acabe rompiendo? Pues bien, siendo padre empecé a comprender el porqué.

 

Tener un bebé pone a prueba a la pareja

Tener un bebé provoca un giro brutal en la vida de ambos, de la mamá gestante sobre todo, pero también del papá o de la mamá no gestante (se espera mucho de ambos, pero casi nadie se dirige a la pareja de la madre gestante a la hora de hablar de cómo educar, criar y acompañar).

Es un cambio, el de traer al mundo a una criatura, al que la madre que ha dado a luz se adapta sí o sí (con mejor o peor resultado, pero que lo hace por amor y responsabilidad, pues se sabe la cuidadora principal), y al que la pareja se adapta también con mayor o menor éxito, sabiéndose secundaria en los cuidados, y en algunos casos, por desgracia, creyéndose libre de esa responsabilidad (estos casos explotan enseguida, porque no hay nada peor que tener en casa a una pareja que considera que cuidar del bebé es algo que solo le pertoca a la mujer que lo ha dado a luz).

 

Llega el cansancio…

Lo más complicado llega después del parto, cuando el bebé ya está en casa y las dinámicas del hogar se modifican por completo. Las rutinas que llevaba cada miembro de la pareja se desbarajustan; algunas cosas quedan en un segundo o tercer plano, porque hay cosas más importantes que hacer; las cosas que hacía el uno, ahora lo tiene que hacer el otro; y hay días en que madre y bebé apenas se levantan del sofá o de la cama y todo lo demás queda para el otro integrante de la pareja.

Y mientras dura el permiso de paternidad aún, pero tras solo 5 semanas se acaba, y la madre gestante se queda un poco más sola con su peque, pero la casa sigue ahí esperando… y los platos, y la ropa sucia, y la ropa mojada, y la ropa seca, que espera a ser doblada, y la comida ausente, esa que debería estar en los armarios y en la nevera pero sigue en el supermercado, y las bolsas de basura que nadie baja, y los lavabos, y las pelusas que empiezan a rodar como en el viejo oeste, y la cama que hay que cambiar porque el bebé ha echado leche y “te he dejado en el lavabo un body llenico de caca para que lo frotes”, y “cuando acabes cógeme al peque, porfa, por dignidad, que me dé una ducha rápida, que he intentado ducharme tres veces y me ha podido la pena de verlo llorar como si le hubieran arrancado un brazo”. Que un brazo no… pero sí a su madre, y para un bebé, a menudo, es peor que perder un brazo.

Y lo coges en brazos, lo acunas, lo calmas un rato, lo sujetas en tu izquierda y te das cuenta de que te queda libre la derecha y que oye, puedes aprovechar para adelantar todo lo que tienes pendiente. “¡Ten cuidado, no hagas cosas con el bebé que se te puede caer!”, oyes desde el lavabo. Y sí, vale, pero es que si lo dejo llora y si no lo dejo esta noche cenamos con las manos, porque los platos están todos por lavar, nos comemos eso que hay en el frigorífico que creo que ha empezado a caminar y dormimos en bolas, porque la ropa sigue en la lavadora, tras un lavado que se llevó a cabo horas atrás, aún mojada.

Y esto es solo el principio, porque luego llega la noche, el “levántate tú que yo no puedo más” y el “tú que yo mañana trabajo”, el “para qué si no tengo tetas”, el “haz lo que puedas” que precede al “anda, ¡¡dámelo!!”, el “no la dejes llorar, corre” y el “déjala un rato que no le pasa nada”; el “te está tomando el pelo” y el “los bebés no hacen eso”, el “lo estás mimando demasiado” y el “no puedo soportar que sufra”, el “pues mi madre me ha dicho…” y el “dile a tu madre que se calle la boca”.

 

Y ella también empieza a trabajar

Que resulta que tenemos una natalidad bajísima y que nuestro país envejece a marchas forzadas. Pero no acaban de dar a la maternidad, a la paternidad, el valor que tienen. Así que con 16 semanas, un bebé totalmente dependiente, que aún es “de teta” (porque la recomendación es que los bebés sean amamantados en exclusiva hasta los 6 meses de vida), se queda sin padres, sin madres (y da igual que no tome teta… se queda sin ellos igualmente).

Y que lo cuiden las abuelas o abuelos, o que hagan uso de lo que llaman “propuestas del estado para la conciliación familiar y laboral”, que no es otra cosa que llevar al bebé a una escuela infantil (que eso no es conciliar nada, porque el vínculo con tu bebé lo creas estando con él).

Y luego que se niega a comer, que está esperando a mamá, que “me saqué leche pero la rechaza”, que le sabe rara, o que no quiere coger el biberón, ni la jeringa, ni el vasito, ni el bibe-cuchara, ni nada que no sea el pecho de su madre porque dice “¡¿Pero qué hacéis?! ¡Que venga mi madre! ¿No veis que soy un bebé?”.

Y en vez de dar un golpe en la mesa en el congreso y alargar el permiso de maternidad y sancionar a todas aquellas empresas que perjudican a las mujeres por el hecho de ser madres (o bonificar a aquellas que las contraten por ser madres), se inventan eso del permiso igual para los dos miembros de la pareja para que haya igualdad. ¡Pero es que no somos iguales! Es que el papel de una madre para su bebé es mucho más importante que el de la pareja, y es mucho más necesario que puedan estar juntos más tiempo, que no que ambos estemos 16 semanas.

Pero vamos a lo que comento, que me voy por las ramas. Los sueldos son una miseria, el trabajo es precario, tener una vivienda de propiedad ya no es un derecho, sino un lujo, así que te vas de alquiler, pagando más que si tuvieras una hipoteca (que no te dan porque no tienes para dar una entrada). Los dos miembros de la familia tienen que trabajar, y los dos tienen que sacar adelante la casa y al bebé.

Ambos comparten un agotamiento por el día que se ve perjudicado por la noche, cuando el bebé dice eso de “¿y qué esperabais? Yo soy un bebé. Los bebés nos despertamos por la noche. Igual es que como sociedad os lo habéis montado muy mal, si resulta que necesitáis dormir toda la noche y os tenéis que levantar pronto para ir a trabajar siendo madres y padres recientes”.

Y así, los dos llegando a casa por la tarde, ya sin pilas, uno exige más al otro. Y si no es la pareja, es el bebé, el niño, la niña o en plural.  Y llegas al punto de comparar, en una extraña e insana competición, a ver cuál de los dos está más cansado o tiene más motivos para estarlo: “Pues yo he recogido toda la ropa y planchado”, “Pues yo he tenido al niño todo el día”, “Pues yo en el trabajo he tenido un día terrible”, “Pues yo…”.

 

Y ya apenas hablas y apenas nada

Nadie te dijo en qué consistía esto de ser padres. Nadie te avisa. Nadie te dice lo difícil que es tener a unas criaturas con sus propios deseos e inquietudes, con mucha más energía que tú y unas necesidades que suelen ir en contraposición a las tuyas. Nadie te dice que dejas de hacer las cosas que te gustan porque si no, no hay manera de seguir adelante. Nadie te dice que acabas por no tener tiempo ni para hablar con tu pareja.

Que llega la noche y te tumbas en la cama y la espalda cruje por todas las vértebras. Que en vez de mirarla y contarle cómo te ha ido el día le dices “Bien, sin novedades” y te pones la tele, o una serie, o coges un libro, o te amorras al Facebook en el móvil hasta que se te cae encima porque te quedas dormido. Y cruzas solo unas cuantas frases que poco tienen que ver con tus inquietudes, deseos o esperanzas…  Solo las indicaciones para el día siguiente: “Mañana le pones esta ropa”, “Recuerda que viene el del gas”, “Falta fruta”, “Este fin de semana habría que pintar la habitación”, “Acuérdate de pasar por Correos a buscar el paquete que te dejaron hace más de una semana” y “Hay que comprar jabón de la lavadora, que no queda”.

Y entre esas dos o tres frases y las indicaciones del WhatsApp van pasando los días, uno detrás de otro, casi sobreviviendo. Alternando momentos en los que juegas con los niños con otros en los que no, momentos en que dejas la casa impoluta con otros en los que ya no puedes más y pasas de todo. Y te dice “¿Te das cuenta cómo te lo ha dejado todo en un momento?”. Y lo sabes, claro que lo sabes, pero era dejarle un rato y desconectar o ver cómo te salía parte del cerebro por las orejas, porque hay momentos en que simplemente ya no puedes más… que ella también hace lo mismo, seguro, pero no te lo cuenta (te dices).

O al revés… te das cuenta de que es tu pareja quien siempre que se queda con el peque acaba teniendo problemas: quejándose de que es muy así o muy asá, que no te deja hacer nada, que llora demasiado, que lo tienes muy mimado y que esa manera de ser que tiene es por culpa de todos esos meses en los que lo has sostenido en brazos, le has dado mimos, cariño y todo eso que un bebé necesita. Porque aún no se ha enterado de que los niños son así de… necesitados de cariño.

Y se lo dices, ¡claro que se lo dices! Que igual lo que esperabas de él es que le diera un poco de su tiempo, ¡que también es hijo suyo! Y se inicia una nueva discusión sobre lo que has hecho, lo que hiciste, el comportamiento del peque y el que tendría si hubieras hecho o dejado de hacer vete tú a saber qué.

Y llega la noche, cuando sería un momento ideal para revitalizar la relación de pareja hablando, abrazándoos, besándoos… y la cabeza solo te da para mover el dedo de arriba a abajo en el móvil y para ir leyendo las novedades de las redes sociales para ver lo felices que parecen los demás… así, hasta te das cuenta de que valdría más apagarlo y cerrar los ojos, hasta mañana, por si al día siguiente surge ese momento que llevas años esperando (o ya no), en que ambos podáis reíros juntos de algo y explicaros anécdotas de viva voz, y no por el móvil.

 

Por eso muchas parejas se rompen

Así que muchas parejas se rompen por eso, porque ven que pasan las semanas, los meses y los años y que los días son prácticamente un calco al anterior. Porque se dan cuenta de que la mayor parte de su energía la dedican a sus responsabilidades: la casa, el trabajo y los hijos. A trabajar, a cumplir, a llegar al trabajo pensando en lo que dejas por hacer en casa, a llegar a casa pensando en lo que dejas por hacer en el trabajo, a hacer las cosas de casa pensando que tienes que pasar más tiempo con los niños y a jugar con los niños pensando en que tienes mogollón de cosas por hacer en casa

Y luego a llevarles aquí, llevarles allá, vestirlos, ducharlos, prepararles la comida, recoger la mesa, limpiar sus desórdenes, doblarles la ropa, prepararles las mochilas, ayudarles a hacer los deberes y así hasta las tantas, momento en el que solo apetece apagar el cerebro. ¡Claro que la gente solo ve televisión basura, si es que no apetece ni ponerse a pensar!

Y cuando uno de los dos intenta coger un poco de tiempo para sí, la pareja se queja porque también querría un poco más de tiempo, pero no lo tiene. Y discuten, y alguno no soporta más la presión, y dice que basta, que no pensaba que esto fuera tan duro y que necesita tiempo… que ya no reconoce en la otra persona a aquella de quien se enamoró y peor, que se mira al espejo y ni siquiera es capaz de reconocerse a sí misma/o.

Y que esperaba más de ella, de su pareja, que fuera con los hijos una persona tan cariñosa como lo fue con la pareja, y no lo es… que no es el padre, o la madre, que parecía que iba a ser; y chocan en la manera de educar, en la manera de ser, en la manera de actuar, y discuten por ello.

A menudo falta implicación, o falta responsabilidad, o comunicación, o tiempo… o paciencia, o humor, o quizás amor. O un poco de todo ello.

 

Paciencia, humor y amor

Es lo que hace falta en este momento. No digo que nuestros padres lo tuvieran fácil. Ni nuestros abuelos. Cada época es única y tiene y tuvo sus dificultades, y la actual no es menos compleja.

El trabajo de ambos, las responsabilidades, la educación (y sobre esto sí ha habido evolución, pues ahora sabemos que los niños necesitan tiempo, cariño, respeto y que seamos sus mejores ejemplos), el cansancio acumulado, la falta de tiempo y el giro que da la vida en ese momento pone nuestra paciencia en jaque, y ambos tienen que poner de su parte con dedicación, un extra de esa paciencia, mucho humor y sobre todo mucho amor.

Que entre todo ello salga un ratito de haceros reír. el uno del otro, reíros de vosotros mismos, de la situación, de la vida… Que de entre la monotonía agotadora aparezca un ratito de caricias, de masaje, de complicidad (ya no digo mantener relaciones sexuales… que si se tercia y puede ser, perfecto, pero es mejor que no sea ese el único modo de acercarse, y sobre este tema es mejor que leáis los posts sobre sexualidad en el posparto de Esther Esteban).

O lo que sea que permita mantener una chispita latente, esperando a que lleguen esos momentos en los que empecéis a dormir un poco más, vuestra bebé sea ya una niña con cierta autonomía, recobréis un poco de tiempo y energía y podáis un buen día avivar ese fuego, ni que sea a ratitos aislados, para volver a ser, ni que sea un poco, esa pareja que un día decidió juntar sus caminos en un proyecto de vida que os atañe a ambos, para lo malo, pero sobre todo para lo bueno.

 

Armando Bastida
Enfermero de pediatría
Fuente: Criar con sentido común

Volver