Este niño lo que necesita son dos tortas

Noticia publicada el 08-06-2018

Son muchos los que aún sostienen que una torta a tiempo nos librará de problemas futuros ya que con ella estaremos corrigiendo el mal comportamiento del niño/a.

Y así, durante generaciones, se ha confundido el miedo con el “respeto” ganado a golpes. Imaginemos que esa “torta controlada con fines correctivos” nos la diera nuestro jefe cuando nos negamos a seguir haciendo horas extras ¿pensaríamos entonces que se propina con la finalidad de corregir nuestra conducta?

Y es que, al fin y al cabo, es normal que cueste tanto cambiar la visión hacia el establecimiento de límites más amables, claros y efectivos si tenemos en cuenta la normalización de esta conducta durante generaciones. Durante años, se han normalizado los gritos, amenazas y castigos como forma adecuada de crianza.

Llamemos a las cosas por su nombre, una torta a tiempo, un grito o un castigo, no son una victoria, son la manifestación del desborde, impotencia y/o la falta de recursos para afrontar las situaciones que día a día nos superan con nuestros hijos/as. Se trata de recursos rápidos y poco efectivos a largo plazo, no generan el aprendizaje que deseamos en el niño/a, en cambio sí generan aprendizajes no deseados, y que además, si se usan de manera habitual, afectan a la manera en la que se configura el cerebro del niño/a.

Si la forma de relacionarme con mi hijo/a es ésta, lo que realmente le estoy enseñando es que esa es la manera válida de pedir las cosas a los demás, además estoy perdiendo una oportunidad maravillosa de mostrarle la forma más adecuada de resolver los conflictos. Su modelo soy yo y lo son más mis actos que mis palabras.


“Los niños son como cemento fresco, cualquier cosa que caiga sobre ellos deja huella”
HAIM GINOTT



¿Quién no ha escuchado frases del tipo, “es que ese niño ya te cogió la vuelta y te está manipulando”?

Y es que, durante mucho tiempo, el sentir general ha sido el de pensar en los niños como pequeños seres maléficos capaces de urdir cualquier plan para salirse con la suya molestando al adulto. Se le han atribuido este tipo de intenciones desde la cuna… ¡guau, qué capacidad!

La realidad es que los niños no tienen la capacidad de manipular hasta que su cerebro desarrolla la función de ponerse en el lugar del otro. Para saber cómo conseguir algo de ti y modificar el entorno, primero tengo que saber o intuir cómo piensas, y esto no sucede hasta aproximadamente los 4 años de edad. Lo que sucede es que los niños tienen cerebros inmaduros, cerebros en formación… todo lo demás son interpretaciones y atribuciones que los adultos damos a las conductas infantiles.

Muchos papás y mamás se esfuerzan para no perder la calma en situaciones de máximo estrés como son las rabietas y, gracias a ello, están consiguiendo sentar sólidas bases en la relación con sus hijos/as. Si entendemos un poco acerca de cómo funciona el cerebro somos capaces de entender por qué nuestro hijo/a reacciona y se comporta como lo hace, por lo que podremos responder a esa conducta de una forma más adaptativa.

 

“Al menos el 80% del éxito en la edad adulta proviene de la Inteligencia Emocional”
D. GOLEMAN


Al nacer, lo hacemos con un cerebro inmaduro que, poco a poco y a través de la interacción con el mundo, irá madurando, “conexionándose”. De las experiencias dependerá que las conexiones que se realicen sean útiles, adecuadas o inadecuadas y de estas conexiones dependerá que sepa desenvolverse bien en la vida.

Durante los años 50, el neurocientífico Paul Mc Lean desarrolló la teoría del cerebro triuno, la cual explica el desarrollo evolutivo del cerebro partiendo de la idea de que, cada vez, se fueron incorporando al cerebro primitivo funciones más complejas. Sin embargo, en lugar de integrar las funciones más primitivas en el resto del cerebro, estas funciones continuaron siendo gestionadas por la estructura más antigua ya especializada en esas funciones. De ahí que se hable de tres cerebros en uno solo. Según la complejidad de sus funciones se puede diferenciar entre:

Cerebro reptiliano o instintivo: Se encarga de regular funciones vitales tales como la respiración, el hambre, la sed, el sueño, la reproducción, la seguridad personal. Es el cerebro que compartimos con los reptiles.

Cerebro mamífero: El cerebro que compartimos con los mamíferos. Se corresponde con el sistema límbico, esta parte del cerebro otorga valor emocional a las situaciones y vivencias. Está íntimamente relacionada con el aprendizaje ya que en ella hay estructuras muy importantes para la memorización.

Cerebro cognitivo-ejecutivo o cerebro humano: Caracterizado por albergar funciones que nos caracterizan como especie. El habla, el razonamiento abstracto, la planificación, regulación conductual, etc.

Esto es importante saberlo, pues si tenemos en cuenta que la última parte en madurar (el neorcórtex, cerebro humano) es donde residen las funciones que ayudan al niño a calmarse, a regularse, a razonar… (entre otras muchas funciones) y que nuestros niños pequeños tienen más activos otras partes del cerebro como puede ser el cerebro límbico o emocional, entenderemos que sus emociones les dominen y que no podamos razonar con ellos en situaciones como una rabieta (en este caso sería mucho más efectivo esperar, conectar con su emoción validándola y después, ya podremos hablar).

Los gritos, amenazas y malas formas a la hora de relacionarnos con los niños/as activan áreas del cerebro como la ínsula anterior y la amígdala (áreas encargadas de detectar amenazas, por lo que activamos el cerebro reptiliano, preparando al niño/a para el ataque o para la huida). Los cerebros de los niño/as en esta situación no pueden aprender porque están en constante alerta en un entorno que debería aportarles seguridad.

No nos echemos las manos a la cabeza si en algún momento la situación nos ha sobrepasado y a pesar de contar con estrategias hemos gritado a nuestro hijo/a, esas cosas suceden… no va a pasar nada, le pedimos perdón, asumimos nuestro error y de esa manera también le estaremos dando un valioso ejemplo. El problema está cuando nuestra manera habitual de respuesta es ésa.

Nuestro objetivo, el de todos los que tenemos hijos/as, es educar seres humanos felices, seguros, responsables, libres, y para ello es importante que pongamos consciencia en cómo lograrlo. Todo lo que hacemos con nuestros hijos, todo lo que les decimos y la forma en la que lo hacemos modifica su cerebro y deja huella.


“El sentimiento que hay detrás de lo que hacemos o sentimos es más importante que lo que hacemos o decimos”
JANE NELSEN


“Los niños creen en los padres. Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos, inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario, cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o distraídos, obviamente responden a los mandatos y actúan como tales. Aquellos que los padres -o quienes nos ocupamos de criar- decimos, se constituye en lo más sólido de la identidad del niño.” - Laura Gutman “Aquello que decimos”, en Mujeres visibles, madres invisibles. Integral, Barcelona, 2010



¿Qué podemos hacer?

• Tomar consciencia de que no es mi hijo/a quien me saca de quicio, es mi falta de recursos ante la situación la que me hace perder los nervios. Si no puedo sola/o, es mi responsabilidad pedir ayuda.

• El adulto soy yo, no puedo responder a las situaciones tensas de la misma manera en la que lo hace el niño/a. No perdamos el control de la situación.

• Hemos de conocer y dar a conocer las normas y los límites. Podemos y debemos poner límites desde el amor.

• Podemos sustituir los castigos por consecuencias lógicas, tienen más sentido y generan aprendizaje a largo plazo.

• Hemos de ser amables y firmes a la vez.

• Respetarnos mutuamente. Cuando gritamos, amenazamos o pegamos le faltamos el respeto al niño/a.

• Poner atención al momento más oportuno para corregir la conducta. Hay muchas ocasiones en las que es mejor mirar para otro lado y abordar la situación en otro momento.

• Dar el modelo adecuado de lo que esperamos que haga. Muchas veces el niño/a no hace otra cosa simplemente porque no sabe cómo hacerlo.

• Escucha a tu hijo/a. Ellos te escucharán mejor a ti si se sienten escuchados.

• Reconoce y valida sus sentimientos, son importantes para él/ella.•


“¿Dé dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien primero hemos de hacerle sentir mal?”
JANE NELSEN



Lucía Lorenzo Quintero
Psicóloga, experta en Desarrollo Infantil
Máster en Neuropsicología y Educación
Educadora certificada en Disciplina Positiva
Directora de Crecer en Salud Brain Centers
www.crecerensalud.com

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