¿15 y 15? no, gracias

Noticia publicada el 30-04-2018

Este texto de Carlos González, pediatra, padre de tres hijos y autor de “Mi niño no me come”, 1999; “Manual práctico de lactancia materna”, 2004; Un regalo para toda la vida, guía de lactancia materna, 2007; entre otros (www.carlosgonzalezpediatra.com) explica cómo se llegó a la recomendación de “10-15 minutos en cada pecho cada cuatro horas”.

 

“A principios del siglo XX empezó a ponerse de moda la lactancia artificial. Hasta entonces, casi todos los niños tomaban el pecho de su madre o de una nodriza, y los esporádicos intentos de lactancia artificial solían terminar en fracaso.

La mortalidad de los niños con lactancia artificial era tan elevada que la naciente pediatría decidió abordar el problema de un modo científico, regulando al mismo tiempo la composición de la leche (de ahí que  se llama “formula”) y la frecuencia de las tomas. Se calcularon las necesidad calóricas del recién nacido, se midió la capacidad de su estómago, y una sencilla división permitió calcular cada cuánto tiempo había que llenar el depósito: cada cuatro horas. Cuatro horas era, precisamente, el tiempo que tardaba en vaciarse el estómago de los bebés que tomaban leche de vaca, y la coincidencia convenció a los indecisos.

Al mismo tiempo, se modificó la leche de vaca, añadiendo agua para diluir su exceso de sal y proteínas, y añadiendo azúcar y otros ingredientes. Con los cambios en la composición de la leche, la precaria salud de los niños que no tomaban el pecho comenzó a mejorar; y como esto había coincidido con la implantación del horario, se empezó a creer que era el reloj el que había obrado el milagro.

Así es como se llegó al convencimiento de que, para dar el biberón con unas mínimas garantías, era fundamental seguir un horario estricto. Pronto los “expertos” quisieron aplicar también este horario al pecho.

Amamantar según el reloj es un invento reciente y poco extendido. Ningún otro mamífero sobre la faz de la tierra ha usado jamás un reloj para dar el pecho. Sólo en los países occidentales, y sólo durante este siglo”.

 

Si a esto le sumamos la constante publicidad que indirectamente genera miedo, inseguridad y desconfianza en las madres y en la sociedad, empezaremos a entender por qué nos cuesta tanto dar el pecho a nuestros hijos hoy en día.

El miedo de muchas mamás es no saber cuánto come, si lo que come es suficiente. Eso no se sabe calculando biberones sino mirando a tu hijo. ¿De qué sirve saber cuánto come? Lo que “sirve” es ver que está bien, saludable, que gana peso, que hace pis y caca. No me cabe en la cabeza cómo puede alimentarse a un bebé de otra manera que no sea a demanda. Tú le preparas los 180 ml que le corresponden (por peso, edad o lo que sea) ¿estás segura que se tomará 180 ml?. Y si se toma 120 ¿qué haces con el resto? ¿Lo obligas a beberlo? No puedes conservar un biberón a medias porque proliferarían las bacterias y la salud de tu bebé correría riesgos. Tiras 60 ml. Pasada una hora llora desconsoladamente, descartas que sea un cambio de pañal, que tenga sueño, calor, frío, algún malestar... ¡oh! ¿será hambre?... pero, faltan dos horas para la siguiente toma... claro, pero como tomó menos de lo que indicaba... ¡¿Qué hacemos?! ¿No es más sencillo hacerlo a demanda?. A mí, que soy muy práctica para algunas cosas (o gandula, según el cristal con que se mire) lo de tener que estar esterilizando tetinas, roscas, tapones, biberones, comprando agua mineral, leche de fórmula ¡la escobilla para limpiarlos!, calcular las medidas, asegurarse que la temperatura del agua es la adecuada, pensar en preparar los vasitos con las medidas y el agua en un termo cada vez que saliese de casa ¡y no olvidar toallitas desinfectantes!... me parecía una auténtica locura. Yo soy más de “andar con lo puesto”, y en este caso, lo que tengo puesto son las tetas.

Amamantar para mí fue (pasados los primeros 15 días, donde tuve grietas, dolor, inseguridad, miedo...) lo más maravilloso del mundo. No hay más que levantarte la camiseta o blusa (o bajarte el tirante) y ponerte al bebé al pecho. ¿Qué a la hora llora desconsoladamente porque se quedó con hambre o porque tiene un antojo (¿quién no los tiene?) Pues, ¡ála!, a la teta y ¡ya está! Ni agua a calentar, ni medida de leche que calcular, ni tetina, rosca, tapón y biberón.
Con mi primer hijo me pasaba de tener que salir a determinada hora y pensar “uy, pero es que calculo que le va a dar hambre a esa hora”. Y qué más da, sea donde sea que tenga hambre ¡lo llevo puesto! Siendo honesta, sí que tuve que hacer un “sacrificio”, confieso. Por un tiempo, hubo prendas de vestir que tuve que dejar de usar porque no me resultaban prácticas para sacar el pecho.

Con respecto a limitar el tiempo que dura la tetada, hoy sabemos que a medida que la lactancia va avanzando, la producción de leche se va regulando a las necesidades específicas de ese bebé que la toma y por eso es importante, imprescindible permitirle al bebé mamar cuando y cuanto quiera.

Al inicio de la lactancia notarás que la leche que primero sale es más “aguada” que la del final de la toma pero, aunque no lo parezca, la leche materna tiene más grasa que la leche de vaca entera. Cuanto más leche tome el bebé de un mismo pecho, más concentración de lípidos tendrá esa leche. Por lo tanto, conviene darle un pecho hasta que lo suelte por sí solo. Si le diésemos 10 o 15 minutos de cada pecho en una única toma, corremos el riesgo de que su estómago se llene, pero solo de leche pobre en calorías. Debemos dejar que se beba el cocktail entero, hasta el “fondo”.

Si vuelve a pedir en poco tiempo (15 minutos o media hora después) podemos volver a ofrecerle el mismo pecho donde aun habrá leche rica en grasas. Si pasa más tiempo, le ofrecemos el otro que, probablemente, sentiremos más “cargado”. Puede que al principio te cueste recordar qué pecho fue el que le diste último. Con el tiempo te darás cuenta claramente cual está más lleno y cual más vacío. El truco que utilizaba yo, hasta hacerme “experta” era girar el broche del sujetador de lactancia del pecho que tocaba después.

No debemos subestimar a nuestro hijo. Aunque sea un bebé y no esté desarrollado por completo, su instinto no permitirá que mame hasta explotar. Pero, si llora y no sabemos por qué es, no hay inconveniente alguno en ofrecerle el pecho. Puede que no sea hambre, el pecho también les consuela sus miedos, dolores, molestias, o lo que sea. El pecho es la mejor manera de calmarlos y ¡lo llevamos puesto!•

Ivana Kaminsky
4 años de experiencia amamantando

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