De pareja a familia

Noticia publicada el 09-02-2018

Cuando uno y uno suman más que dos.


Cuando una pareja decide formar una familia, cada uno de sus miembros está aceptando implícitamente los cambios que ello conlleva, aunque muchas veces no sepa exactamente cuáles son, o crea que son menos de los que luego encuentra. Y, como con todos los cambios, en este pueden surgir ciertas dificultades para reubicarse. Los roles que se mantenían en la pareja, “yo para ti y tú para mí”, cada uno en su espacio o ambos ocupando el mismo, ya no pueden sostenerse cuando llegan los hijos, que tanto nos necesitan y demandan.

En ocasiones, el papá se siente desplazado por tanta atención que la mamá da al bebé y no encuentra su lugar en esta triada; otras, ella se siente ‘sola’ necesitando y esperando que él se implique más, que tenga más presencia. Ambos pierden espacio individual y, por supuesto, de pareja ya que el hijo ocupa toda la atención. Hablando entre madres y padres he oído frases como “cuando eres padre dejas de tener vida propia”, “pierdes tu vida para vivir la de tus hijos”, “dejas de ser fulanito para ser el padre o madre de…”, “ya no hay tiempo ni energía para mirarse uno a otro porque se mira continuamente al recién llegado”... y así muchas más. Lo cierto es que este es uno de los cambios en la vida que no pueden ocurrir lentamente ni por pasos. La maternidad/paternidad nos cae de lleno y se une a unos niveles muy altos de sensibilidad y un cúmulo de emociones que no siempre sabemos gestionar de forma que todos estemos bien.

En este momento, en el que adoptamos el rol de mamá y de papá, respectivamente, puede que sintamos que no estamos preparados y que se nos viene grande, pudiendo, incluso, llegar a pensar “si a veces no puedo ni cuidarme yo ¿cómo voy a cuidar de un bebé?”. Esta inseguridad es normal, tener un hijo es una responsabilidad muy grande que, si se comparte y hay apoyo mutuo, se supera juntos. La dificultad viene cuando la comunicación escasea o la pareja no tenía una base previa fuerte en su relación. Influye en esto si se conocían bien o si aun estaban en la luna de miel; si la pareja arrastraba con resentimientos y asuntos sin resolver, si ambos deseaban ser padres y, cómo no, las expectativas que cada uno albergaba sobre esta nueva fase.

A la vez, cambian las relaciones con la familia extensa (abuelos, tíos…) porque la nueva vida que ha llegado también les toca de algún modo. El hijo, el nieto, el sobrino es un punto de unión y muchas veces también de conflicto, ya que todos quieren hacer, opinar, decidir... y la pareja necesita el apoyo y la ayuda del entorno cercano, pero no siempre se da como se necesita ni se sabe recibir como llega. Todo esto puede crear desajustes, malestar, distanciamiento, y la inexperiencia, el cansancio, la falta de tiempo para uno mismo y de herramientas como una buena comunicación, son factores que dificultan el proceso de adaptarse felizmente a esta nueva etapa.  Por ello, son tan comunes las crisis e incluso separaciones de pareja durante la etapa de crianza. Cuando surgen estas dificultades y no sabemos manejarlas, nos culpamos a nosotros mismos y al otro, nos exigimos, nos centramos en lo que él o ella debería cambiar, hacer o no hacer y dejamos de ver a la pareja como el hombre o la mujer con el que hemos elegido formar una familia, la persona de quien nos enamoramos. La situación nos absorbe y a veces nos sobrepasa, pudiendo llegar a ver al otro como el centro de todos mis males, creándose tanta distancia que el entendimiento y el reencuentro parecen imposibles.


¿Qué podemos hacer para resolver esta situación?

1. Mirar hacia nuestras necesidades y discriminar cuáles son actuales, dadas por la situación presente, y cuales están causadas por mi historia personal (carencias de la infancia que todos arrastramos, en mayor o menor medida, dificultades de autoestima, de autoconcepto, miedo a la soledad, necesidad de aprobación o de atención continua, dependencia…) Cuáles puede/debe cubrir el otro y cuáles puedo/debo cubrir yo misma/o.
En la maternidad (y la nueva paternidad) se da tal revolución emocional que surgen sombras que estaban dormidas. Este nuevo ser que llega tan frágil e indefenso a nuestros brazos nos conecta, muchas veces, con el niño/a que fuimos y sus heridas, y a la vez nos hace cuestionarnos nuestra capacidad de cuidarle y protegerle.

2. Utilizar la empatía, ponernos en los zapatos del otro, no para justificarle y hacernos cargo de lo que no nos corresponde, sino para facilitar la comunicación y el reencuentro.
Cuando nos hacemos cargo del otro como si él mismo no pudiera, nos ponemos por encima, lo minusvaloramos y dejamos de verle como un adulto capaz, lo cual no es bueno para ninguno ya que por un lado le “quitamos” la posibilidad de ser independiente y autónomo y por otro nos “cargamos” creando resentimiento y distancia.

3. Mirar al otro como pareja, como hombre, como mujer y recordar lo que me enamoró, más allá de las dificultades que tengamos ahora. Desde ahí se puede empezar a construir de otra manera.

4. Menos exigencia y más tolerancia. Mirarnos desde el punto de vista de que cada uno hace lo mejor que sabe y puede. Si supiéramos hacerlo mejor, lo haríamos, nadie quiere hacer las cosas mal. Entender los conflictos como el choque de las dificultades de cada uno, dificultades que se pueden resolver, y no como malas intenciones.

5. Poner límites claros y llegar a acuerdos en los temas que causen más conflicto.

6. Comunicación. Hablar desde el ‘yo’ y el sentir más que desde el reproche y la queja. Cuando estamos muy enfadados encontramos cierto alivio haciendo daño al otro, descargando nuestro malestar sobre él o ella, como una forma de defendernos del daño que hemos sentido.

7. Tomar nuestra autorresponsabilidad. Preguntarnos qué estoy aportando yo para que esto se dé así. ¿Qué puedo poner de mi parte para estar todos mejor? ¿Tengo en cuenta mis necesidades? ¿Las estoy atendiendo? ¿Las estoy comunicando? ¿Tengo en cuenta las suyas?
En cada conflicto, cada parte tiene su responsabilidad, si podemos mirarla y hablar de ella, antes de hablar de la del otro, será más fácil llegar a acuerdos.

8. Darnos cuenta de qué necesitamos cambiar para sentirnos mejor y plantearlo.

9. Pedir ayuda profesional si vemos que no podemos solos. En muchas ocasiones la visión externa de un especialista imparcial ayuda a clarificar la situación y favorecer el reencuentro o la separación pacífica, según sea el camino que se tome.

Y, sea cual sea, éste puede ser un camino de crecimiento, madurez y aprendizaje sobre uno mismo y la pareja, de reencuentro con las verdaderas necesidades, con lo esencial de la vida, porque una situación así nos hace plantearnos muy seriamente ¿cómo quiero vivirla? Y, si nos paramos a escuchar la respuesta, todo lo que venga será para mejor, tanto para cada uno como para la pareja, porque estará basado en decisiones tomadas con conciencia.•

Emma Benítez Quintana
Facebook: Crecemos en espiral Psicología
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